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El feminismo me hizo sentir libertad

Desde que recuerdo nunca estuve conforme con ser mujer. Ser mujer significaba ser como mi madre y yo me resistía a repetir el plato. Tenía muchas preguntas pero estaba rodeada de mujeres como mi madre -sumisa, sacrificada, amorosa, y violentada por mi padre-, estaba sola y excluida socialmente. Pero sabía que esa vida no la quería para mí. En el colegio sentía que me seguían encausando, en mis primeros años de estudios primarios aprendí la diferencia entre la mujer buena y la mujer mala. Estas segundas me llamaban la atención, eran las mujeres que estaban solas en el camino y se iban con los choferes. Bajaban y subían camiones todo el día. Ya para ese entonces entendí que tenía que ser una niña buena sino me iría al infierno. Ya en la adolescencia fui presa del amor romántico y como niña buena que era nunca me porté mal. Rompí con la religión. Ya para ese entonces tenía conciencia de mi condición de clase y llegué a la universidad. A finales de la carrera me topé con el «enfoque de género», como una herramienta para mejorar mi trabajo. Pero había algo más, leí algunas investigaciones sobre femineidades y masculinidades y fui encontrando el camino. No sé si el feminismo me encontró o yo la encontré. Pero recuerdo lo que sentí: libertad. La certeza de que no estaba sola, aprendí que no tenía que ser mujer, que podía ser lo que quiera ser. Que mi impronta biológica no me define, que la función social de la maternidad no es mi destino, que el amor no me demina y que la soledad no me asusta.Ahora podía ver. Para mi el feminismo significó y significa la luz.

Azul (Peru)

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